Ser sal y luz… – Catholic.net

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme, Señor, la gracia de experimentar de modo íntimo y profundo la fuerza de tu amor, que vence todo mal y oscuridad, para así poder ser sal y luz en este mundo que vivo, en medio de mi familia, de mi trabajo, de mis amigos…

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa.

Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El Señor, en el Evangelio de hoy, nos presenta dos imágenes: ser sal y ser luz. Estas imágenes se relacionan con el cristiano, con el discípulo que sigue al Señor, que abraza el Evangelio y lo vive. La sal da sabor a los alimentos, hace de algo insípido algo apetecible, algo que no es rechazado sino por el contrario, querido. La luz elimina toda oscuridad y nos permite ver con claridad todo lo que se encuentra delante nuestro.

Podemos preguntarnos qué significado tienen estas imágenes, dadas por el Señor, en nuestra vida. ¿Qué quiere decir que yo soy sal de la tierra, que soy luz del mundo? El cristiano convencido que vive realmente el Evangelio es sal y luz porque su vida es reflejo de la verdadera Luz y de la verdadera Sal, que es Jesús. Quien vive el Evangelio, vive unido a Él. Quien está unido a Él, recibe sabor y luz para su vida, que es su amor, su palabra, su presencia.

El cristiano, ante el hambre y la sed que experimenta en su vida, encuentra en Cristo el verdadero alimento para su vida, y ante la oscuridad del pecado, por Él es guiado. Su vida recibe un sentido y ve con claridad su fin. Ante las dificultades, problemas o sufrimientos que se le presenten, no caerá o será invadido por la amargura y oscuridad que estos traen a la propia vida, sino que podrá dar un sabor, es decir un sentido, y podrá seguir caminando hacia su verdadero fin, pues tendrá una luz que jamás se extinguirá.

Por ello el Señor dice que seremos sal para la tierra y luz para el mundo, porque nuestra vida jamás dejará de ser alimentada por un alimento lleno de sabor y será guiada por una luz que irradia por encima de toda oscuridad. Nos hace un llamado a trasmitir alegría y amor ante un mundo que pierde el sabor de vivir y a iluminar un mundo lleno de oscuridad. ¿Cristo es para mí esa sal que da sabor a mi vida y esa luz que ilumina mi caminar?

«El Señor dice que este testimonio es hacer como la sal y como la luz, es más, convertirnos nosotros en sal y luz. Parece poca cosa, porque el Señor con pocas cosas nuestras hace milagros, hace maravillas. El cristiano debe tener esta actitud de humildad: solamente buscar ser sal y luz. Ser, por tanto, sal para los demás, luz para los demás, porque la sal no se da sabor a sí misma, sino que está siempre al servicio. Y es así también que la luz no se ilumina a sí misma en cuanto que está siempre al servicio.»
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de junio de 2018, en santa Marta).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haré un breve examen para revisar si estoy siendo sal y luz para los demás… ¿los estoy acercando a Dios?

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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