Cada 1 de septiembre la Iglesia celebra a San Gil, también conocido como San Egidio Abad.
Egidio (Gilles, en francés) fue un benedictino eremita de origen griego que vivió entre los siglos VI y VII. La tradición lo ha erigido como ejemplo de bondad y espíritu misericordioso. Al mismo tiempo, destaca la delicadeza y sabiduría con la que trataba a quienes acudían a él, así como su ánimo constante para llamar a todos a la conversión.
Una antigua devoción germánica lo coloca entre los “14 santos auxiliadores”, es decir, entre aquellos santos célebres por “su eficacia” para responder a las solicitudes de sus devotos.
Egidio nació en Atenas (en ese momento parte del Imperio Bizantino) en el seno de una familia noble y rica. La fecha exacta de su nacimiento es incierta, pero se cree que fue alrededor del año 640.
Al descubrir que Dios lo llamaba por el camino de la renuncia al mundo, repartió el patrimonio que le correspondía entre los pobres. Luego marchó hacia Provenzal, al sur de Francia, la tierra en la que se estableció y donde se consagró a la ascesis y la oración intensa.
De acuerdo a la tradición, el santo realizó allí muchos milagros: sanó enfermos de parálisis, mordeduras de serpientes y fiebres; convirtió tierras estériles en fértiles y resucitó muertos. Como esto le acarreó fama y veneración pública, decidió retirarse al bosque cercano a la desembocadura del río Ródano. Una vez establecido allí, vivió como eremita.
Un día en que el rey Childeberto I andaba de cacería –algunos señalan que en realidad se trató de Carlos Martel– vio a Egidio (San Gil) cerca de la ermita en la que vivía, alimentándose de la leche de una cierva que él pretendía cazar.
Entonces se produjo un encuentro entre los dos: un diálogo que devino en el inicio de la conversión del rey. Este le confesó un pecado gravísimo -se cree que incesto-, pero llegó a encontrar consuelo en las palabras de Egidio, decidió reparar el mal cometido, y también ayudar al eremita. El rey mandó construir un monasterio en ese mismo paraje -conocido después como el “Bosque de San Egidio”-, en el que el santo sería nombrado primer abad.
Pronto el lugar empezó a llenarse de peregrinos que buscaban al santo para que los cure de sus males, sean del cuerpo o del alma. San Gil permaneció en aquel monasterio por muchos años, acogiendo a quien lo necesitaba y, cada vez que podía, volviendo al silencio y la soledad en las que encontraba a Dios.
Ya anciano, se dirigió al Pirineo catalán donde, a los 84 años de edad, murió santamente (c. 720-725).
San Egidio es llamado “abogado de los pecadores”; “protector de pobres, tullidos y arqueros” (él mismo fue herido por una flecha alguna vez); “Defensor contra las enfermedades”, especialmente contra el cáncer y la epilepsia -llamada por algunos el “mal de San Gil”-. Muchos lo consideran el patrono de los leprosos.
Nuestro santo goza de gran devoción en Europa. Iglesias, hospitales, altares e imágenes hechas en su honor pueden encontrarse en países como Francia, España, Inglaterra, Polonia, Italia y Alemania.
Hoy se ha hecho conocida la Comunidad de San Egidio, institución fundada por el historiador italiano Andrea Riccardi, en la ciudad de Roma en 1968.
Sus miembros, laicos todos, se organizan para llevar a cabo obras de gran impacto social: han luchado por la abolición de la pena de muerte, por el trato justo y adecuado a los enfermos de HIV/Sida, o por la protección de la ancianidad abandonada. Su labor ha sido reconocida por los papas Benedicto XVI y Francisco.
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Etiquetas: Santos, Grecia, pecadores, santoral, eremita
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