En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, te entrego este momento de mi vida e inspira en mi alma las actitudes correctas para entrar en el misterio de tu pascua con la mejor disposición.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-23. 56
He deseado celebrar esta Pascua con ustedes antes de padecer
Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Hagan esto en memoria mía
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”
¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado!
Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!” Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.
Ya estoy en medio de ustedes como el que sirve
Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: “Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel”.
Tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos
Luego añadió: “Simón, Simón. mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”. Él le contestó: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte”. Jesús le replicó: Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.
Conviene que se cumpa en mí lo que está escrito
Después les dijo a todos ellos: “Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?” Ellos contestaron: “Nada”. Él añadió: “Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí”. Ellos le dijeron: “Señor, aquí hay dos espadas”. Él les contestó: “ Basta ya!”.
Lleno de tristeza, se puso a orar de rodillas
Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación”. Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: “ ¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación”.
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?
Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”
Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: “Señor, ¿los atacamos con la espada?” Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: “ ¡Dejen! ¡Basta!” Le tocó la oreja y lo curó.
Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: “Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas”
Pedro salió de ahí y se soltó a llorar
Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: “Éste también estaba con él”. Pero él lo negó diciendo: “No lo conozco, mujer”. Poco después lo vio otro y le dijo: “Tú también eres uno de ellos”. Pedro replicó: “ No lo soy!” Y como después de una hora, otro insistió: “Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo”. Pedro contestó: “¡Hombre no sé de qué hablas!” Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.
Adivina quién te ha pegado
Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: “ ¿Adivina quién te ha pegado?” Y proferían contra él muchos insultos.
Lo hicieron comparecer ante el sanedrín
Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: “Si tú eres el Mesías, dínoslo”. El les contestó: “Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso”. Dijeron todos: “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?” El les contestó: “Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy”. Entonces ellos dijeron: “ necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca”. El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey”.
Pilato preguntó a Jesús: “ ¿Eres tú el rey de los judíos?” Él le contesto: “Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: “No encuentro ninguna culpa en este hombre”. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: “Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí”. Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes, con su escolta, lo despreció
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato les entregó a Jesús
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: “Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”.
Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: “ Mata a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!” A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: “Crucifícalo, crucifícalo!” Él les dijo por tercera vez:
“¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”. Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Hijas de Jerusalén, no lloren por mí
Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: ‘ Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!’ Entonces dirán a los montes: ‘Desplómense sobre nosotros’. y a las colinas: ‘Sepúltennos’, porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?”.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado ‘La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: “Padre. perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.
Éste es el rey de los judíos
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos” Hoy estarás conmigo en el paraíso
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “ ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y dicho esto, expiró.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa
El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: “Verdaderamente este hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.
José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro, excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Domingo de Ramos, que comienza la Semana Santa, está marcado simultáneamente por la entrada de Jesús en Jerusalén y la narración de su pasión y muerte. La liturgia, uniendo estos dos acontecimientos temporalmente distintos en una sola celebración, parece querer eliminar de nuestras mentes cualquier malentendido sobre el triunfo de Jesús: Él, es cierto, entra en Jerusalén acogido como un rey por una muchedumbre que lo aclama; pero inmediatamente añade, con la narración de la pasión, que es un rey diferente de los reyes de este mundo: reina desde un trono que no es como el de los palacios de reyes; no gana con ejércitos o pactos, ni se afirma a sí mismo con un grupo de presión grande y fuerte de su grupo.
Jesús mismo aclara este malentendido que surgió entre los discípulos en la misma tarde del Jueves Santo. Volviéndose sobre sí mismos, y por lo tanto insensibles al drama que Jesús estaba experimentando, comenzaron a discutir quién de ellos era el más grande. Jesús les dijo con infinita paciencia: «Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor.» (Lc 22, 25-26). No eran sólo palabras de conveniencia; unas pocas horas fueron suficientes y Jesús llevó estas declaraciones a sus consecuencias extremas en su carne.
Por otra parte, la historia de la Pasión parece muy lineal: hubo un buen hombre que habló del Evangelio, tanto en la pobre e infame Galilea como en la capital Jerusalén; y muchos se apresuraron a escucharle. En un momento dado, los poderosos decidieron que había hablado demasiado y que muchos le estaban escuchando; entonces tomaron la decisión de silenciarle; encontraron a un amigo suyo que les señaló el lugar a donde solía ir: un jardín a las puertas de Jerusalén. Esa noche se quedó allí con los suyos, lo aprendieron y lo llevaron ante las más grandes autoridades: Pilato, el representante del mayor imperio del mundo, y Herodes, el astuto rey y líder religioso. Pero ambos no querían asumir ninguna responsabilidad por ese hombre. La multitud, que sólo había gritado «hosanna» cinco días antes, empezó a gritar «crucifícalo, crucifícalo», y Pilato no supo evitarlo. Ese hombre, después de haber sido vestido, satíricamente, con la ropa del rey, fue torturado, abofeteado, coronado de espinas; luego fue conducido fuera de la ciudad (incluso para nacer tuvo que encontrar un establo fuera de Belén) hacia una pequeña colina, llamada Gólgota, y fue clavado en una cruz, con dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
En esa cruz, ese buen hombre murió. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret. No hace falta mucho para decir que esa muerte fue injusta. La muerte como pena, después de todo, nunca está bien, incluso después de los peores crímenes; pero es realmente fácil decir que la muerte de ese hombre fue verdaderamente injusta. Los que escuchan la historia de esta muerte, con un poco de corazón, están conmovidos y apenados: ese buen hombre tuvo que sufrir tanto y morir en la cruz, sólo porque habló del Evangelio y dijo que era el Hijo de Dios.
Al final de la lectura de la Passio, cada uno de nosotros se siente afligido y arrepentido y se siente tentado a decir: «Yo no lo habría hecho», o a justificarse: «No soy Pilato, no soy Herodes, ni siquiera Judas…»; además, se puede confesar la propia impotencia ante la cobardía de Pilato y la crueldad de los sumos sacerdotes. Pero también está Pedro; no es el peor de los discípulos; de hecho, si no es el mejor, es sin duda el más importante, al que Jesús confió la mayor responsabilidad. Pedro tiene una gran idea de sí mismo, es orgulloso, incluso susceptible. Se ofende cuando Jesús le dice que lo traicionará: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte», responde. Sin embargo, una mujer es suficiente para derribar todo. Fue el encuentro con la mirada de Jesús lo que liberó a Pedro: «El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho» (Lc 22, 62).
Los cristianos, nosotros, no somos héroes; somos como todos los demás; pero si nuestros ojos cruzan los ojos de ese hombre que va a morir, nosotros también recordaremos las palabras del Señor y seremos liberados de nuestros temores. Es la gracia de esta semana; poder estar cerca de aquel hombre que sufre y muere para poder cruzar su mirada.
«Han cambiado: esa semilla sembrada por el diablo ha empezado a crecer. Se levantaron, lo echaron, entraron en esta actitud de manada: no eran personas, eran un grupo de perros salvajes que lo echaron fuera de la ciudad. No razonaban. Jesús callaba. Lo llevaron al borde de la montaña para tirarlo. “Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó”. La dignidad de Jesús: con su silencio vence esa multitud salvaje y se va. Porque no había llegado todavía la hora. Lo mismo sucederá el Viernes Santo: la gente que el Domingo de Ramos había hecho fiesta por Jesús y le había dicho “Bendito Tú, Hijo de David”, decía “crucifícalo”: habían cambiado. El diablo había sembrado la mentira en el corazón, y Jesús guardaba silencio. Esto nos enseña que cuando está esta forma de actuar, de no querer ver la verdad, queda el silencio. El silencio que vence, pero a través de la cruz. El silencio de Jesús.»
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Entrar a la Semana Santa con una actitud humilde y con profundo arrepentimiento de mis culpas, para poder encontrarme con Cristo sufriente y triunfante.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.