¿Es posible ser santo hoy en día? – Catholic.net

Ser santo es participar de la santidad de Dios. Nuestro Padre, nos creó para ser santos. Dios nos ha llamado y nos capacita a todos a ser santos: "Sean santos… porque Yo, el Señor, soy santo" (Lev 19,2; Mt 5, 48). Cristo vino al mundo para hacer posible nuestra santidad. Es por eso que en el Nuevo Testamento se le llama "santos" a los cristianos (1 Cor 1, 12; Rm 1, 5; 1Pe 1, 15-16). Son santos solo si viven su fe (Apoc 21, 2.10). Los santos del cielo murieron en gracia de Dios. Su santidad comenzó en la tierra.
Los santos «han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo» (Hechos de los Apóstoles,15, 26)
El Papa Emérito Benedicto XVI nos explicó:
"El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo".
Los hombres perdimos la vida de gracia al apartarnos de Dios por el pecado, pero Jesucristo nos reconcilió con el Padre muriendo por nosotros en la Cruz. Por el bautismo recibimos los méritos de ese sacrificio de Cristo, somos liberados del pecado e injertados en Cristo para ser Hijos de Dios y participar de su santidad. San Pablo usa la palabra "santos" para referirse a los fieles que viven la nueva vida en el Espíritu Santo. (2 Cor. 13,12; Ef. 1,1)
La Iglesia es una gran familia en la que Dios es Padre, Jesús el Hermano Mayor, el Espíritu Santo es el santificador que comunica amor entre los miembros de tal manera que, aunque no los hemos visto, podemos llegar a conocer y amar mucho a los santos. Ellos nos enseñan, guían e interceden por nosotros. María es la madre de la familia santa.
Aunque Jesucristo, el Sol de Justicia, ha sido rechazado por la humanidad, el cielo de la Santa Iglesia no ha dejado de tener su luz que ilumina a quien abra su corazón. Los santos son esas personas heroicas que brillan con el Señor.
Se le llama santo a lo que está consagrado al servicio de Dios, sea persona, cosa, lugar, tiempo.
Benedicto XVI, en la solemnidad de todos los Santos en 2007 nos enseñó que la santidad es una llamada para todos nosotros, todos los que hemos sido bautizados tenemos que aspirar esa meta tan alta y tan hermosa, la comunión total con nuestro Señor. Cierra tus ojos, imagína por un momento poder repetir como San Pablo "ya no soy yo quien vive, sino Cristo vive en mi", abrazados a nuestro Señor, en perfecta unión con su voluntad aún en esta vida. Estas son las palabras del Papa Emérito:
"El cristiano, ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente.
A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir, de cada hombre!.
Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados. Todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad.
Dios les invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El “Camino” es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre si no por Él".
A veces creemos que para ser santos tenemos que ser perfectos y que es una realidad inalcanzable con todas nuestras flaquezas y defectos, pero el Papa Emérito, haciendo referencia a San Pablo y Bernabé lo explicó así:
"Los santos no son personas que nunca han cometido errores o pecados, sino quienes se arrepienten y se reconcilian. Por tanto, también entre los santos se dan contrastes, discordias, controversias…Son hombres como nosotros, con problemas complicados… La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón". "Y todos podemos aprender este camino de santidad". (31 enero 2007 Benedicto XVI)
Perseverar en la santidad es mantenerse en comunión con Cristo quien salva y da vida eterna. Dios quiere que todos se salven (1 Tm 2,4), pero no todos se abren a la gracia que santifica. Para salvarse es necesario renunciar al pecado y seguir a Cristo con fe. Por eso San Pablo nos exhorta: "Hermanos: Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor" (Hb. 12,14) Al final no importara otra cosa, la única verdadera desgracia es no ser santos.
La Biblia nos exhorta a seguir el ejemplo de los santos (CF. Dan 7, 22-25; Sab 5, 5). La Iglesia continúa esa tradición y reconoce la santidad después de un largo y cuidadoso proceso en el que examina las vidas de los candidatos.
Si es posible, y en realidad, debe ser tu mayor aspiración cuando conoces al Señor y te enamoras de Él. En realidad, si te encuentras con Cristo, es imposible conocerlo y no amarlo. Es imposible amarlo y no seguirlo. Para ser Santos no hay que hacer cosas extraordinarias, sólo hay que hacer las cosas ordinarias con un extraordinario amor, como decía la Madre Teresa de Calcuta. Benedicto XVI nos lo explica así:
«El luminoso ejemplo de los santos despierta en nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices de vivir junto a Dios, en su Luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia, y esta es la vocación de todos nosotros, confirmada con vigor por el Concilio Vaticano II.
Pero, ¿cómo podemos convertirnos en santos, amigos de Dios?. A esta pregunta se puede responder, ante todo, con un enunciado negativo: para ser santos no es necesario realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. Luego viene la respuesta positiva: es necesario ante todo escuchar a Jesús y después seguirle, sin desalentarse ante las dificultades.
La experiencia de la Iglesia demuestra que toda forma de santidad, si bien sigue caminos diferentes, siempre pasa por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo. Las biografías de los santos describen a hombres y mujeres que, siendo dóciles a los designios divinos, afrontaron en ocasiones pruebas y sufrimientos inenarrables, persecuciones y martirios.
El ejemplo de los santos es para nosotros un aliento a seguir los mismos pasos y a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, pues la única causa de tristeza y de infelicidad para el hombre se debe al hecho de vivir lejos de Él.
El camino que conduce a la santidad es presentado por el camino de las Bienaventuranzas. En la medida en que acogemos la propuesta de Cristo y le seguimos -cada uno en sus circunstancias- también nosotros podemos participar en la bienaventuranza. Con Él lo imposible se hace posible.»
Esperamos que esta reflexión de nuestro querido Benedicto XVI te enamore al camino de la Santidad, que se despierten en tí los deseos más profundos de tu corazón en seguir a Cristo, nuestro Señor, que es toda luz y toda vida.
 

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