En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por darme un día más de vida. Ayúdame a valorar más este don y a disfrutar el tiempo que tengo con aquellos que amo. Haz, Señor, que descubra tu mano amorosa que nos guía y conduce hacia ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús digo a los judíos: "Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"
Jesús les dijo: "Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá para mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que como de este pan vivirá para siempre".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas personas que amamos ya no están con nosotros. Si alguno todavía no ha experimentado la pérdida de un ser querido ha de saber que algún día lo hará. Nos parece injusto, e incluso incomprensible, el hecho de tener que soportar ese dolor. ¡Claro! Es que estamos hechos para la vida y no para la muerte.
Jesús, siendo Dios, lo sabe muy bien. Él es la Palabra que nos hizo y que conoce los deseos más ocultos de nuestro corazón. Es por eso que nos quiere salvar de la angustia de la muerte y darnos la alegría de la vida. Promete a todo aquel que coma su cuerpo y beba su sangre la vida, y el consuelo de saber que ésta durará para siempre.
Así es que, sólo con la fe en Él y sus palabras, podemos acoger realmente el misterio de la muerte, que no es el arrebato total de la vida sino la promesa de una que no tendrá fin.
Estas palabras remiten al sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo, sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una imaginación, sino que se vuelve real.
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Iré a la Iglesia y rezaré por mis familiares difuntos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.