Discurso del Pan de vida – Catholic.net

En la sinagoga de Cafarnaúm se va a producir un discurso y unos hechos de capital importancia. Jesús ha predicado con profundidad y abundancia. Ha llegado a muchas gentes de las más variadas procedencias. Ha realizado multitud de milagros con un claro contenido simbólico, especialmente los de la multiplicación de panes y peces. El mensaje estaba lo suficientemente claro para tener fe en Él. Pero los hechos muestran, que salvo un pequeño grupo que cree sin condiciones, se da una gran variedad de respuestas. La mayoría del pueblo quiere hacerle rey, lo que significa que le quieren; pero no le comprenden. Quieren un reinado material, con contenido religioso. Les mueven sus intereses inmediatos. Ocurre como en la primera tentación del desierto. Jesús ya ha vencido esta tentación, pero ellos no; quieren un mesianismo deficiente. Por otra parte, están los que se oponen a Jesús y a su mensaje. Es una oposición cerrada, agravada porque tienen más cultura teológica, pero no tienen fe. Buscarán todos los razonamientos posibles para rechazarle; no quieren saber nada de Él y su enseñanza de un amor total a Dios y a los demás. Viendo no ven, porque no quieren ver, son guías ciegos.

En la sinagoga de Cafarnaúm
En este contexto, después de la vuelta por Tiro y Sidón y la Decápolis vuelve a Cafarnaúm. Acude a la sinagoga, y allí van todos: los que creen en Él hasta el punto de entregarse y seguirle, los que creen con imperfecciones, los que no creen. Todos ponen atención en este discurso que tiene una gran importancia en la vida de Jesús. El momento es solemne, la expectación máxima.

Jesús comienza con un reproche sobre la rectitud de intención de los que le quieren escuchar: "En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello"(Jn). Los que le escuchan aceptan la suave reprensión con mansedumbre por lo que preguntan cómo rectificar: "¿Qué haremos para realizar las obras de Dios?" parece que las cosas van por buen camino, y hay entendimiento entre Jesús y los que le escuchan. Jesús les respondió: "ésta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado". Una vez más es la fe lo que se les pide. Una fe que vaya más allá de repetir unos conocimientos teóricos, más o menos alejados de la vida. Una fe que sea, al mismo tiempo, amor y entrega; fe en el que sabe más y todo lo hace por amor.

Petición de una prueba
Pero no todos le oyen con tan buenas disposiciones. Se puede ver que en la sinagoga están todos: los que le quieren y los que le rechazan. Y, una vez fariseos, saduceos y escribas insisten en exigir el signo del cielo, la prueba evidente del mesianismo que esperan, por lo que "le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del Cielo". El maná caído del cielo al pedirlo Moisés en el desierto era considerado el mayor milagro del cielo en aquellos tiempos cruciales en la vida del Pueblo de Dios. Manifiesta el poder de Dios, que calmó el hambre del cuerpo y del alma. Jesús entra ya en el tema del signo del cielo y "les respondió: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo" El pan del cielo es la doctrina de Dios y Él mismo, sólo con esto superarán todas las hambres del espíritu. Los demás, los de buenas disposiciones, dejan oír su voz y le dijeron: "Señor, danos siempre de este pan". Están dispuestos a rectificar sus motivaciones egoístas y materialistas y, después, vivir una vida religiosa y espiritual, según Jesús enseña. Las cosas transcurren por buenos cauces.

El pan de la vida
Jesús lo ve y abre su alma diciéndoles: "Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed"(Jn). Él mismo es el pan de vida que puede saciar todas las hambres de felicidad, eternidad, verdad, amor, y es el agua viva, como ya dijo a la samaritana. Más no se puede pedir. Pero deben tener fe en Él para poder acceder al alimento nuevo. Es posible deducir que algunos reaccionaron mal ante estas palabras, que tampoco están dispuestos a doblegarse. Ellos creen en Dios y han conseguido que Dios se pliegue a sus deseos humanos a base de interpretaciones eruditas, pero desamoradas. Son los dueños de Dios, lo usan a su capricho y no pueden entender un amor y una entrega tan totales. No pueden creer en Jesús, que es un hombre como ellos, y, además, no es de ninguna de las escuelas del momento. Jesús lo ve, y vuelve a insistir en la falta de fe de algunos. "Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que El me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día"(Jn). Y vuelve el gran tema de la paternidad de Dios origen de una filiación de Jesús, superior a la de los demás hombres, filiación que permite alcanzar la vida eterna y la resurrección a los que crean.

Las murmuraciones
Es lógico que, si había saduceos, reaccionasen mal ante la palabra resurrección. Pero otros también se molestan. Los fieles no saben qué decir y callan. "Los judíos, entonces, murmuraban de Él porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del Cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo ahora dice: He bajado del Cielo? Respondió Jesús y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna". El discurso, o mejor la conversación a varias bandas, se va centrando en lo central: quién es Jesús.

"Yo soy el pan de vida". Dice Jesús con fuerza y solemnidad. "Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo, para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo"(Jn). Palabras sorprendentes, pues el alimento de vida es la misma vida. ¿Qué quieren decir exactamente pan de vida y pan vivo?

¿Material o espiritual?
"Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" ¿Se trata de algo espiritual o de algo material, que parece imposible e inaceptable? Jesús aclara en el sentido real la afirmación, e insiste en que deben comerlo, masticarlo, beberlo: "En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente" (Jn).

Se aclaran las cosas
Ahora las cosas están más claras. Se trata de una entrega de Él mismo como alimento. Evidentemente no puede tratarse de una acción caníbal, pero sí de algo real. Ya les había demostrado su poder sobre el pan y sobre su cuerpo. Ahora les anuncia que también a través del pan se va a producir un milagro mayor que el del maná en el desierto. Se trata de una verdadera comunión con Dios a través de la humanidad de Jesús. El que tenga fe podrá, de un modo que expondrá más tarde, entrar en comunión de alma y de cuerpo con Dios. Y las hambres del alma estarán saciadas. La gran aspiración de la comunión con Dios llega más lejos que la del puro espíritu y alcanza el mismo cuerpo. Jesús se convierte en el pan que dará vida eterna y resurrección. "Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún"(Jn).

Reacción de los discípulos
"Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?" Ya no se trata de los que se oponen al Señor, sino de discípulos. Surge entre los discípulos un fruto amargo de crítica y falta de fe. No pueden entender que un hacer milagroso y divino va a entrar, como gran novedad, en la historia de los hombres. ¿Si no entienden esto, como entenderán el misterio de la Encarnación, por la cual aquel hombre que tienen delante es Dios y hombre verdadero? Realmente es un problema de fe en la Omnipotencia de Dios. No pueden entender un amor de Dios que se da hasta la locura para estar unido a los hombres, de un modo espiritual y de un modo físico, de modo que tengan su misma vida en ellos por siempre. "Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?"(Jn). Que es lo mismo que decirles: ¿Qué pasaría si vierais al mismo Dios en eterna comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Esta es la finalidad de la fe: aceptar que ese Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Para creer deben aceptar el testimonio del Padre, que les habla desde dentro por la gracia, y desde fuera por los milagros, y una doctrina que es, a la vez, antigua y nueva. "El espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida." De esto se trata: de vivir según el espíritu, de ser verdaderamente espirituales y entonces se entienden las cosas del amor de Dios. Si se vive inmerso en las cosas de la tierra se entiende poco o nada.

Jesús mira alrededor. Estudia los rostros asombrados, y dice la triste verdad: "sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar". Judas ya ha cedido a la tentación diabólica de la falta de fe. Ya no cree en lo más íntimo de su corazón. Y con él otros. "Y decía Jesús: por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él"(Jn). Es un momento duro. Muchos le abandonan. Es una desbandada. Pero, ¿Es que hubiera sido mejor ceder y no manifestar que Dios es Amor hasta el punto de entregarse en Cristo a los hombres como Pan eucarístico?

Los apóstoles callan. Es lo más triste que ha ocurrido hasta entonces: "Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos?" Jesús no les fuerza. Si quieren seguirle, deben creer hasta el final. No se trata sólo de unas cuantas reglas morales más o menos exigentes. Se trata de seguir un amor total, una vida nueva. Una fe entera y recia, confiada sólo en la persona del Maestro, del que saben –lo han experimentado ya- que es el único Camino, Verdad y Vida- "Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios". Pedro confiesa su desconcierto pero, a la vez, reafirma su fe en que Jesús sabe y puede más. Él sólo sabe que unido a Cristo ha experimentado lo que nunca había vivido; sabe su veracidad, su palabra auténtica. Sabe que es el Mesías. Sabe que es el amor lo que siempre mueve al Señor. Sabe que él es un pobre hombre, los pecados de los hombres y prefiere las palabras de “vida eterna” de Jesús. Aunque toma la representación de todos, no sin audacia, diciendo nosotros, cuando debía hablar de sí mismo Y Jesús, que sabe lo que hay en el interior del hombre, de cada hombre responde: “¿No os he elegido yo a los doce? Sin embargo, uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, pues éste, aun siendo uno de los doce, era el que le iba a entregar"(Jn).

El momento de la manifestación del amor llevado a comunión queda empañado por la declaración de que uno de ellos es un diablo. Las emociones han sido fuertes aquel día; en que la fe y el amor con el dolor se unen de un modo nuevo.

 

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